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Anecdotario XXXVI

 

Peculiaridades del acontecer vecinal en Madrona

 


Al escribir sobre El Moral y El Huerto del Secretario aflora el recuerdo sobre algunas anécdotas contadas por mi padre.

El Huerto del Secretario, o Huerto del Moral, estaba en el centro más operativo del pueblo: tenía fachada a la Plaza de la Constitución, Plaza de Oriente y plazuela de la Iglesia, más nombrada como La Peña.

Era un huerto centenario, como lo atestigua el famoso Moral; una morera cuyo tronco alcanzó un perímetro para el que hacían falta al menos tres personas para abarcarlo y de ramaje muy extendido y voluminoso.

Se deduce con facilidad que era un huerto muy expuesto en esa ubicación.

Muy tentador a ciertas edades.

Desde el inicio de la calle Serafín, en el umbral de La Casona, la vista alcanzaba perfectamente al contenido del huerto y en especial a los árboles frutales, que formaban una hilera longitudinal con la calle Serafín.

Dada su proximidad a la pared circundante, se podía calibrar con bastante precisión la sazón de los frutos.

Frutales comunes, como ciruelos, perales, manzanos... cuya producción en este Lugar está supeditada a un clima imprevisible, hostil, y, por tanto, ofrecen una producción muy aleatoria.

Según venga el año.

Se regaba con el agua procedente del Caz de Arriba, que empieza en lo que llamamos La Presa del Rastrillo.

Lo cultivaba el mismo propietario: Eleuterio Ayuso Casado, Secretario del Ayuntamiento de Madrona que tiene hornacina propia en El Soportal.

En aquel tiempo, que sería en la década de 1940, Eleuterio, que fue una persona extraordinariamente inteligente, a menudo sorprendía a los asaltantes de sus árboles y les denunciaba ante el Juzgado de Paz.

Normalmente los acusados eran mozalbetes de entre 13 y 17 años.

Los juicios se celebraban con total solemnidad y garantía en la sala mayor del Concejo.

Siempre de libre concurrencia.

El fallo de estas vistas siempre consistía en multas, entre las 5 y 10 pesetas, destinadas a compensar al propietario damnificado, independientemente del perjuicio causado.

Pero claro, como en tantos otros casos de multas a menores, la sanción en realidad penalizaba a los padres o responsables de los mozalbetes, por cuanto los menores eran de todo punto insolventes.

Mi padre, que años más tarde sería nombrado Fiscal de Paz por la Audiencia Territorial de Madrid, un verano de sus años mozos lo pillaron con las manos en la masa, junto con su vecina Bene, hija de Justo Matías Estebaranz y Juliana de la Cita Barahona.

D. Eleuterio Ayuso les llevó al juzgado.

Andaban en el Huerto del Secretario saboreando lo prohibido... aunque sólo frutas.

Se celebró la vista, sin ningún atenuante a considerar y por tanto sin posibilidad de redención.

Condenaron a ambos a multas de menos de diez pesetas.

Visto hoy, 5 pesetas no supone ningún coste, pero en aquel tiempo escocían tanto como ahora 200 euros.


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El frenesí modista de Bene


En cuanto a Bene, también fue un personaje en el Barrio de Arriba (Calle Norte).

Mi padre siempre la describía como muy espabilada, desenvuelta, con buenas habilidades costureras y con una particularidad única en el barrio y tal vez en el pueblo.

Estrenaba vestido cada dos por tres.

Vestidos nuevos confeccionados por ella de principio a fin.

Vestidos nuevos; ojo a los términos.

Con otra particularidad, compuestos con la misma tela.

Cómo no había dinero para renovar lienzos y paños, ella superaba este pequeño inconveniente de la forma que sigue.

Ante la llegada de una moda, o simplemente porque darse el gusto, descosía totalmente su vestido, lo rediseñaba según esa moda y montaba las piezas con tal maestría que el resultado era un nuevo modelo.

Para quienes no conocían la trayectoria constaba como una nueva adquisición.

Y así tantas veces como modas o simplemente antojos.

La tejedora de La Odisea, Penélope, era una sosa al lado de Bene.

En este campo, al menos.

Bene, como su hermana Morena emigró a Lérida y en el Barrio de Arriba se la echó de menos.

Mauricio, Rosario y Tasio sí se quedaron en Segovia.


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Imagen procedente de Internet.

 

Coincidencia de acciones incompatibles


La anécdota contada por mi padre es la siguiente.

Una tarde de verano, a primera hora, cuando todo el mundo debería estar echando la siesta, un amigo suyo de cuyo nombre no consigo acordarme, por lo que no puedo afirmar con total seguridad que fuera Gerardo Sancho Bernardo, aunque casi sí, decidió ir en solitario a darse el gusto de saborear unas peras sin intermediarios: del árbol a la boca.

Eligió, tal vez por caerle más a mano, pero también por conocimiento, el generoso Huerto del Secretario.

Y en ese afán estaba, subido y oculto entre el ramaje del peral, cuando se percata de que D. Eleuterio entra en su huerto y se dirige directamente al árbol seleccionado por Gerardo.

Se trata de una situación muy comprometida para el asaltante porque no puede saber qué intenciones trae el dueño; un trance delicado sea cual sea la decisión que tome.

Gerardo opta por quedarse inmóvil como una esfinge, porque el sonido más leve, dada la escasa distancia que los separa bastaría para estar perdido sin remedio.

Ni siquiera necesitaría atraparlo, sólo con identificarlo bastaría.

Toma esta decisión porque le parece, por las trazas que trae, que el secretario no lo ha descubierto, y que nada sospecha sobre lo que allí se ventila.

D. Eleuterio llega hasta el árbol con huésped y, con total parsimonia, se sienta en su base; se recuesta de espaldas en su tronco y enseguida emprende la tarea a la que ha ido.

Consigue, en un tiempo que a Gerardo se le hizo eterno, abandonarse al sueño de una plácida siesta.

Cuando Gerardo barrunta que el dueño duerme profundamente, salta desde la rama y cuando choca con el suelo, casi encima de las piernas del durmiente, y con tal estruendo, que el Secretario, debido al aturdimiento de un despertar tan brusco, insospechado y sonoro, tarda demasiado tiempo en asimilar la situación y, por tanto, en reaccionar, de tal manera que cuando se pone en pie para identificar al sujeto, éste ha huido como alma que lleva el diablo y ya ha salvado la la pared de piedra que protege el huerto.

No tuvo consecuencias públicas.

 

Fotografía de José Luis López Gacía.

A la derecha, Huerto del Secretario, con sus árboles frutales y la morera centenaria (El Moral).

 

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Distintivos de Gerardo


Gerardo, como su hermano Cipriano, desplegaba, si la ocasión lo merecía, habilidades narrativas muy reconocidas y apreciadas.

Ambos empleaban frases cortas, muy claras, con palabras muy bien pronunciadas, dándolas a cada una su correcta terminación y, sobre todo, su tiempo, tal vez un poco por debajo del compás y el ritmo corrientes. Esta característica, unida que eran personas francas y de buen proceder, les otogaba un halo de verosimilitud que hacía muy grato escuchar a cualquiera de los dos.

 

De gatos

En una tertulia grupal se platicaba acerca de lo salvajes que pueden ser los gatos, considerados, aunque no lo sean, como felinos indomables.

Gerardo esperó calmoso el tiempo necesario para su intervención.

—Pues yo he conseguido que el mío sí me haga caso —dice.

—¿Y cómo es eso? contestó un oyente.

¿Quieres apostarte algo? le desafía Gerardo.

El otro, a sabiendas de que con Gerardo no convenía apostar, declinó la invitación, pero le preguntó cómo lo conseguía.

—Muy fácil: contesta Gerardo con aplomo y serenidad— le cojo, y, cuando me parece, le echo a la lumbre y le grito ¡¡salta!!…, el gato me obedece al instante y no veas el salto que da…


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Imagen procedente de Google Maps.

 

De médicos

 

Cualquiera que haya subido las escaleras que parten de la Calle San Millán para alcanzar el Paseo del Salón, conoce el esfuerzo que esta subida requiere, porque, a un ritmo normal, llegas con el bofe fuera.

Sin embargo Gerardo tenía su propia forma de decirlo, su apreciación particular, y lo resumía así:

—Si subes por estas escaleras, cuando por fin llegas al Paseo del Salón sabes bien si tienes que ir al médico.

 

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Fernando Ayuso Cañas. Enero 2024


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